Hace dos décadas el británico Tim Berners Lee inventó la web “sólo porque la necesitaba”. A partir de entonces, el mundo no volvió a ser igual.
La World Wide Web (WWW) transformó de tal manera la sociedad global que muchos no dudan en compararla con la Revolución Industrial.
Cada vez son menos los sectores que no han sido tocados por el crecimiento del mundo “en línea”. Aunque las cifras varían, algunos estudios calculan que casi mil 700 millones de personas son usuarias de internet.
Con la red pasó algo parecido a lo que ocurrió con la industria automotriz. Un invento que existía hace décadas sólo alcanzó su potencial cuando alguien entendió la manera de masificarlo.
En el caso automotriz, Henry Ford consiguió al diseñar su modelo T que millones de consumidores pudieran comprar automóviles, hasta ese momento curiosidades mecánicas de millonarios.
Del mismo modo, el invento de la WWW hizo que internet, creada décadas atrás por científicos del Departamento de Defensa de Estados Unidos y que apenas entusiasmaba a científicos y expertos de una comunidad reducida, súbitamente se convirtiese en una herramienta disponible para cientos de millones de personas.
Así como la edad industrial trajo consigo sus gigantes empresariales, consagrando empresas y apellidos como Rockefeller, Vanderbilt, Carnegie, o el mismo Ford, el desarrollo de la web ha consagrado su propia generación de mega empresas como Google.
La compañía, creada en 1996 por dos estudiantes de doctorado de la universidad de Stanford en Estados Unidos, tomó rápidamente el control del mercado de los motores de búsqueda de internet, las guías mediante las cuales los usuarios intentamos explorar un mundo casi infinito. El proyecto académico de Sergei Brin y Larry Page alcanzaba ya en 2004 una capitalización de mercado de 23 mil millones de dólares, y sigue creciendo.
Con su capacidad de concentrar en sus páginas al público normalmente difuso de usuarios de la red, Google hoy es vista como un titán en la industria de la publicidad, de los medios, del comercio e incluso de la cultura. Por algo las academias de la lengua en todo el mundo aceptan la inclusión del verbo “googlear” en sus idiomas.
Como los tuvo la Revolución Industrial, esta tiene también sus defensores y críticos.
Por una parte, la expansión económica del mundo online dejó muchas victimas. La simpleza de los portales para comprar boletos de avión acabó con agencias de viajes. La expansión de Amazon condenó a millares de librerías. Industrias completas, como la discográfica, tambalean ante el avance de la red. La expansión de Wikipedia disminuyó el atractivo de las enciclopedias tradicionales.
También en el campo político hay consecuencias buenas y malas. Los fundadores de Twitter, por ejemplo, han visto como su invento sirve para ayudar a movimientos civiles.
Las redes sociales, entre tanto, tienen el potencial de conectar individuos —sin importar raza, clase o lugar de origen— que comparten valores, hobbies e intereses. No obstante, muchos se quejan que estos sitios, cuyo exponente más vistoso es Facebook, han banalizado la interacción social, y en ocasiones amenazan con entrometerse en la privacidad de sus millones de usuarios.
Al igual que la imprenta, la web permitió que la información, antes privilegio de pocos pasara a estar al alcance de muchos, y abrió las puertas para que las fuentes de se multiplicaran.
Sin embargo, demasiada de esta información es sexual lo que ha generado temores particularmente en lo que se refiere a los menores de edad.
Ante tanto claroscuro, quizás es sensato seguir la sugerencia del intelectual británico (escritor, cómico, actor) Stephen Fry: concebir al mundo virtual como al real.
La web es como cualquier ciudad, con unos sitios peligrosos y otros fabulosos.
Fuente: Milenio.com
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