El sábado pasado un trabajador de UPS llamó a mi puerta para entregarme un iPad de Apple. El domingo, Twitter bullía con elogios de usuarios que también había adquirido uno. El lunes, Internet recogía las críticas.
Los acontecimientos se precipitan estos días. Ya hemos superado varios ciclos de noticias sobre los pros y contras de lo que Steve Jobs, el cofundador de Apple, denomina “un producto mágico y revolucionario”, y el equipo ni siquiera se ha puesto aún a la venta fuera de EEUU.
Muchas empresas –desde periódicos a editoriales de libros y cadenas de televisión– se muestran entusiasmados con el iPad porque piensan que ofrece la posibilidad de vender un producto profesional en un marco controlado. Buscan una alternativa a regalar contenido en Internet, y esperan sin demasiado entusiasmo que la publicidad (u otra cosa) les salve.
Así, muchos de los comentarios giran en torno a si el iPad puede “salvar a las editoriales”. Teniendo en cuenta que se trata de una pregunta retórica cuya respuesta es “no”, plantearé otra cuestión en su lugar –si es bueno para las editoriales–. Después de jugar un rato con mi iPad, creo que la respuesta en este caso es “sí y no”.
El iPad es un equipo curiosamente seductor para tratarse, a primera vista, de un portátil de pantalla táctil y sin teclado. Microsoft ha intentado en repetidas ocasiones introducir “tabletas” con escasos resultados. Hewlett-Packard pronto probará suerte con otra tableta con el sistema operativo Windows 7.
Los escépticos restan importancia al iPad, considerándolo un término medio entre un iPod Touch y un MacBook, pero están equivocados. En realidad, el iPad se asemeja más a un cruce entre un ordenador y una televisión, que puedes sostener entre tus manos. Consigue, más que cualquier otro equipo que haya visto antes, cubrir el espacio entre la “pasividad” de las pantallas y el “carácter activo” de los ordenadores y las consolas de videojuegos.
En mi opinión, ese es uno de los motivos por los que ha disgustado a muchos tradicionalistas de Silicon Valley, que no lo consideran una máquina revolucionaria, sino todo lo contrario. Temen que convierta de nuevo a los comprometidos e interactivos usuarios de Internet en personas holgazanas y sedentarias.
Cory Doctorow, coeditor del blog Boing Boing, escribió una elocuente elegía a la desaparición del código abierto y criticó el “palpable desprecio hacia el usuario” que representa el iPad. El dispositivo suponía una vuelta a los primeros días de AOL y su alternativa cerrada a Internet (que controlaba la información y las páginas a las que puede acceder el usuario).
Yo diría que era más subversivo que eso. El iPad es un equipo bastante abierto, que da a los usuarios la posibilidad de elegir entre navegar por Internet y dedicar tiempo a los juegos y aplicaciones vendidos por desarrolladores y editores. No se les está obligando a que destinen su tiempo y dinero a aquello que Doctorow desdeña.
Sin embargo, es probable que lo hagan porque es más simple y entretenido. Ese es el motivo por el que el iPad ayuda a los editores: restablece una ventaja competitiva que eliminó un Internet pensado para los ordenadores. Mediante el iPad, resulta mucho más sencillo navegar por todos los contenidos de algunas publicaciones, y apreciar las mejores fotos y vídeos.
Una de las dificultades que afrontan las editoriales en Internet es que la navegación más allá de sus páginas de inicio es poco fluida, lo que ha llevado a muchos consumidores a buscar material en muchas fuentes en lugar de comprometerse con una publicación. Por ejemplo, encontré mucho más sencillo navegar por el portal del Wall Street Journal en el iPad que en un portátil.
Esa es la buena noticia para las editoriales, pero existe una trampa. Aunque creo que, como categoría, el iPad es bueno para ellas, no creo que beneficie a todas las que ya existen en la actualidad.
El problema para las editoriales es que el iPad es un medio que requiere complementos, porque no basta con publicar sólo textos, o fotos y vídeos. Las aplicaciones de medios de comunicación ofrecen sus máximas posibilidades en el iPad cuando pueden combinar la información con el material visual de formas innovadoras; eso es lo que las hace brillar.
Por 4,99 dólares a la semana, la aplicación de la revista Time te ofrece los artículos de la revista complementados con fotos y vídeos. Disfruté ojeándola, pero no creo justifique los 20 dólares que hay que pagar al mes, y ya ha recibido duras críticas por asemejarse demasiado a la versión impresa de la revista.
Danny O'Brien, un redactor de tecnología, equiparó este hecho en su blog Oblomovka al viejo problema del CD-Rom. El medio permite a las editoriales tirar la casa por la ventana con textos e imágenes –de hecho, lo exige–, pero resulta caro y es difícil obtener beneficios con ello.
Esto favorece a las editoriales con recursos para crear contenidos multimedia y un banco de noticias que puedan vincularse. Tanto Bloomberg como Thomson Reuters, que disponen de otros medios de obtener beneficios, han lanzado aplicaciones gratuitas con mucho material de este tipo.
El aumento de los costes y los ingresos (en el mejor de los casos) planos en una industria derivan por lo general en la consolidación, y es ahí donde el iPad, y sucesivas generaciones de tabletas, conducirán a las editoriales. Existe una alta barrera de entrada, y muchas no la podrán superar por sí solas.
Autor: John Gapper
Fuente: Expansion
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