Facebook despide en estos momentos un olor similar al de Microsoft a mediados de los 90, cuando se enfrentaba a un proceso por prácticas monopolísticas, y al de Google desde hace un tiempo, por su escaso respeto a la intimidad y su potencial para subvertir modelos de negocio. La tormenta sobre la red social más poblada del planeta tiene también que ver con la privacidad, pero hay algo que distingue a Facebook de otros gigantes tecnológicos de halo amenazante: la relación emocional con sus miembros. Allí, en esa segunda vida virtual, los internautas ríen y lloran, explican qué están haciendo o pensando, muestran fotos de familiares y amigos. Y eso es lo que explica que su fundador haya mandado parar.
Primero fue un mensaje del pasado domingo en un blog especializado. «Hemos cometido un puñado de errores», reconoció Mark Zuckerberg, quien hace seis años creó la red para sus compañeros de la universidad de Harvard y ahora está cerca de gestionar los datos personales –incluidas 48.000 millones de imágenes, el mayor archivo fotográfico del mundo– de 500 millones de personas. Y ayer, en un artículo en The Washington Post, Zuckerberg–cuyo perfil en la red informa de que le gusta el «minimalismo», las «revoluciones», «crear cosas» y «romper cosas»– anunció que «en las próximas semanas» simplificará los filtros de privacidad. Solo han pasado cuatro meses y medio desde que el empresario proclamase que la era de la intimidad había acabado y que el rol de su compañía era reflejar las actuales normas sociales. El encargado de precisar el nuevo orden, por supuesto, era el propio Zuckerberg.
DATOS PÚBLICOS / Hay que remontarse hasta diciembre del pasado año para entender qué ha ocurrido. Facebook transformó entonces su política de privacidad, convirtiendo la mayor parte de los datos que los miembros cuelgan en sus perfiles –las ciudades en las que viven, sus nombres, sus fotos, los nombres de sus amigos, sus gustos musicales y cinematográficos, sus intereses o las causas que defienden– en públicos por defecto. Los usuarios pueden convertirlos en privados, pero para eso necesitan (habrá que ver en qué consiste la simplificación anunciada por Zuckerberg) casi una licenciatura en informática: el menú para el cambio de estatus llega a ofrecer hasta 150 opciones distintas.
El motín, en múltiples frentes, comenzó a principios de año. Las búsquedas en Google sobre cómo borrarse de Facebook se han duplicado en lo que va de curso respecto al mismo periodo del 2009. Hay senadores estadounidenses que han pedido a su Gobierno que intervenga, importando una polémica vivida en Europa y Canadá. Hay gurús tecnológicos que han dicho que ya no quieren saber nada de la red social. Hay campañas que piden a los usuarios que el 31 de mayo se borren de Facebook. Y hay, por último, un inminente largometraje –The social network, producido por Kevin Spacey– en el que Zuckerberg aparece como un tipo acomplejado que creó su empresa, plagiando ideas de otros compañeros de Harvard, después de que lo dejase su novia. Aún no hay nada capaz de destruir tantas reputaciones como una película.
SIN PEDIR DISCULPAS Y el fundador de la red ha entonado el mea culpa, sí, pero sin pedir disculpas. Zuckerberg, de 26 años, usa un tono casi paternalista para contar por qué todos deben tener un asiento de primera fila desde el que escrutar los gustos y los amigos de los demás. «La gente quiere compartir más –escribe en The Washington Post–. Si comparten más, el mundo será más abierto y mejor conectado. Y un mundo más abierto y mejor conectado es un mundo mejor».
SIN PEDIR DISCULPAS Y el fundador de la red ha entonado el mea culpa, sí, pero sin pedir disculpas. Zuckerberg, de 26 años, usa un tono casi paternalista para contar por qué todos deben tener un asiento de primera fila desde el que escrutar los gustos y los amigos de los demás. «La gente quiere compartir más –escribe en The Washington Post–. Si comparten más, el mundo será más abierto y mejor conectado. Y un mundo más abierto y mejor conectado es un mundo mejor».
Autor: JUAN RUIZ SIERRA
Fuente: elperiodico.com
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